Seguramente el título dé un poco de yu-yu, incluso la pregunta es fácil de contestar, de nosotros se acordarán los nuestros y será para bien o para mal según lo que hayamos sembrado. Pero hace unos días estaba pensando en cómo hay personas que alcanzan notoriedad entre sus semejantes, es más, pensaba en que realmente son los semejantes los que le otorgan o no esa notoriedad. En ésas estaba pensando cuando la muerte de algunas personas con algo más que notoriedad pública acaeció…
Es curioso que la muerte de una persona multiplica exponencialmente la notoriedad que tenía en vida, es algo que me llama poderosamente la atención. No sé realmente a qué se debe pero me parece fascinante esa necesidad de reconocer e incluso magnificar a esas personas que dejan su lugar en la tierra.
¿Cómo se alcanza notoriedad pública?
La notoriedad pública se alcanza, salvo deshonrosas excepciones, por una actividad o trabajo con exposición pública y que esa actividad se realice de una forma notable, quizás destacando sobre el resto de personas que se dedican a lo mismo o simplemente cayendo más simpático. Viendo algunos casos, la verdad no se encuentra un porqué a la notoriedad de unos sobre otros.
Así las cosas, podemos deducir que la gente que alcanza esa notoriedad pública la consigue, en su mayoría, por hacer bien su trabajo; cuántos ejemplos tendremos a nuestro alrdedor de personas que en nuestros círculos bien podrían haber tenido esa notoriedad, grandes ejemplos a los que seguir, aquel profesor de historia, los padres de algunos de nuestros amigos, un Jefe Scout, etc. A todos ellos les faltó la variable de la «exposición pública» para ser la ecuación perfecta de la notoriedad pública.
Muerto el perro, se acabó la rabia… Va a ser que no.
Pues no, no es así, debe ser uno de los pocos casos, por no decir el único, en que la muerte no es el final. Bueno, vamos a ver, sí es el final, pero no tan inmediato como podría parecer. A la muerte de un personaje con “notoriedad pública” le sigue a modo de pasacalles macabro una legión de glosadores de su vida y milagros, una legión que antes de enterarse del finamiento del susodicho ni se acordaba de esa vida y milagros, no nos engañemos. Desde el momento de hacerse público el luctuoso suceso se sucederán los artículos de prensa, programas radiofónicos casi monopolizados por el personaje en cuestión y, si procede, el cambio en la programación de algún canal para incluir alguna de las películas protagonizadas o dirigidas por él. Eso en cuanto a los canales habituales, pero Internet lejos de ser distinto en este caso, es incluso más abusivo con estas “prácticas”.
Con lo que son de agradecer los agasajos y los reconocimientos en vida, lo que se disfrutan e incluso lo sinceros que parecen. Y si no, siempre queda el consuelo que el homenajeado lo vea así y lo disfrute en directo. Yo creo que todos esos agasajos después de muerto y con tanta inmediatez no son sinceros, me suenan más a quedar bien de cara a la galería. Aviso a navegantes: cuando llegue mi hora, a pesar de mi notoriedad pública seguramente más que merecida, dejaros de reconocer lo que valía en vida y soltad toda la bilis que llevéis dentro acumulada, total, no me voy a enterar y a vosotros eso os liberará sin ninguna duda.
La delgada línea que separa el elogio de la exageración, de la imaginación…
Del elogio merecido a la exageración hay una delgada línea, sobre todo cuando se trata de glosar en público los milagros de un fallecido, porque se crea una especie de competiciónen la que se intenta decir lo más sentido, otro viene y lo intenta superar, y otro, y otro… Y al final de haber empezado a decir lo bueno que era en lo suyo, pasamos a lo humano que era, que si se merece alguna condecoración póstuma, en vida no debía ser merecedor de ella, que esa ciudad en la que vivía aún no siendo en la que nació, tendría que hacerle hijo predilecto, pedimos una calle en su nombre, no, mejor una avenida, os habéis quedado cortos una plaza y su estación de metro…
Pero solemos llegar más lejos, atribuimos frases y pensamientos a los labios del finado que, por una nimia cuestión de espacio tiempo, jamás pudo pronunciar, al menos originalmente, e incluso algún gesto o acción que en años sucesivos podamos endosar a otros finados. Al final es como lo de endosar pagarés en el mundo de la construcción, circulan de mano en mano pero nunca se hacen efectivos… Eso ocurre incluso en vida con esos personajes de notoriedad pública, recuerdo a Kiko Narváez recordando cómo se le acercaba gente a hablarle de jugadas que le habían visto hacer en el campo e incluso goles marcados, que nunca hizo ni marcó…
No sé si es solo en este nuestro país, donde esta curiosa costumbre existe, quizás sea algo propio de la dieta mediterránea, a mí particularmente me fascina casi tanto como me repugna, pero claro, todo depende de la vocecita que me susurre al oído y su relación con los muertos…
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